¡Despechaos!

Es el camino más sano para canalizar el odio. La rabia que sientes porque nunca más te dirá te quiero. Y porque dudas de si todo ese amor que un día te demostró no era más que compasión. Tú jamás le podrás volver a regalar tu cielo, porque se lo estará mostrando otro. Eso, créeme, es lo que realmente te convierte en cólera. Pero hay una manera sana de digerir tanta violencia contenida. Porque la violencia, amigo, hay que sacarla. No la dejes estancada en tu mente ni en tu corazón, ni mucho menos en tu alma. Despréndela de ti cuanto antes, pero intentando no hacer daño. Hay una manera. Se llama sexo. Eyacula sobre personas que te importen poco, pero sin olvidar que son personas. Fóllatelas pensando en ella. Convierte esos cuerpos en su cuerpo. Visualiza su rostro, que todavía te mira como en vuestro primer polvo. Luego su imagen se irá borrando y empezarás a disfrutar de la nueva carne que ahora te envuelve. Porque llegará un momento que su recuerdo en pleno sexo solo será un estorbo que te impedirá gozar de lo que ahora tienes delante. Y así, lamiendo otros cuerpos de la manera más superflua, llegará un momento que te verás montado encima de un ser especial con el que sientes que vuelves a hacer el amor. Tras muchos polvos de olvido. Por despecho.

Sobre redes

Nuestra relación va sobre redes. Creo que estamos en línea con lo que imaginé al darnos nuestro primer toque. Quizá antes nunca teníamos esa última conexión, porque conectábamos a todas horas. También es cierto que hasta hace poco me gusta eran dos palabras que me notificabas en cada cosa que compartía, y ahora ya no lo haces tanto. Pero no pasa nada. Porque sigues etiquetándome junto a ti para que el resto sepa que nuestra vida en pareja es maravillosa, la digital, claro. Aunque no te negaré que me da la sensación que últimamente quieres que nos vean menos. Será que quieres intimidad. Por eso, me pediste que ya no fuera oficial lo de nuestra relación, que quedaba muy hortera ponerlo en nuestro currículum, que eso era de adolescentes. Te comprendo perfectamente. Las relaciones maduran. Por eso no entiendo el porqué sufro tanto cuando te escribo, y me lees, y no contestas hasta el día siguiente. Quizá preferiría saber que no te llegan mis mensajes. No sabes cuánto me obsesionan tus conexiones llenas de silencio. O saber dónde estás porque recibo tu ubicación, no porque tú me ubiques en tu vida. ¿Y tu perfil? Tu perfil bueno era el de antes, no este. Porque en este nuevo ya no aparezco. Ves, lo imaginaba. Creo que te has hecho invisible para que yo no te pueda controlar. Ya no sé si estás presente, si me lees, si estás cerca o lejos. Hace nada te pedía que así fuera, pero ya no sé lo que es peor. No sé si diciéndome tan poco, me estás diciendo mucho. Creo que sí, pero no quiero saberlo. Estoy agotado porque siento que las redes que antes nos unían ahora nos alejan. Lo mejor será cortar toda comunicación. No más mensajes escuetos. No más fotos cara a la galería. Desconecto de nuestra irrealidad. Luego, si eso, ya decidiré si desconecto también de nuestra realidad. Pese a ello, te quiero, porque nuestra relación va sobre redes.

Seres sabios

Qué paradojas tiene la infancia. Te pasas el día preguntando el porqué de todo. Cuestionándote cosas que a los contaminados adultos les parecen simplicidades propias de la etapa pueril. Y, sin embargo, no entiendes para qué sirve la filosofía en este mundo. Te dices, a modo de justificarla, que es algo vocacional, para uno mismo. No te convences. Hasta que años más tarde entiendes que lo más importante en esta vida es sentirse realizado con uno mismo, pese a que eso no te dé de comer. Pero un día aprendes algo más. Comprendes que la filosofía es la base de todo. Es la esencia del hombre convertida en ciencia. Es la concepción de la existencia. Por tanto, la única capaz de deliberar lo que es más humano. ¿Cuál es el problema? Que no le hacemos caso al oficio más antiguo. El único capaz de salvarnos de la crisis, tanto vital, humana, política como económica. Apliquemos sabiduría en todo. Es de sentido común escuchar a la ciencia que recoge todas las preguntas que nos hemos hecho desde nuestros orígenes. Todos somos filosofía. Ese es nuestro valor añadido. Y no lo respetamos.

Mientras no escribo

Contener la ira mientras escribía. No era fácil no chillarle al espejo en modo silencio. Y verse el rostro desgarrado. A través de su avergonzado cerebro. El mismo que admiraba su cuerda locura. La absurdidad del momento. Se sentía tan solo que sólo pensaba en la gente que esperaba su obra. Paranoias motivadoras. Creencias para invocar una inspiración superada por la indiferencia. Otra vez, una noche más, esa sensación tan única e inexplicable de derrota. Y siempre de noche, ante la oscuridad. Sin un poco de luz para poder escapar. Atrapado en pensamientos inconexos. Que le alejan de la realidad. Pero son su verdad. Puño cerrado, grito reprimido al viento. El cuerpo agotado. Prolegómenos del funeral de una creatividad que ya no tiene vida. Que se marchita. Le llora porque siente que se va. Quizás es que nunca existió. Sólo fue una mentira en forma de falsos halagos. Ya no sabe lo que es peor. Aceptar que algo nunca nació. O que un día murió. Melancolía por igual. Sobre el deseo o sobre lo poseído. Qué más dará. La cuestión es que parece que ya no está. Sólo queda su ser. Un ser fracasado. Frustrado por no conseguir lo que anhelaba. Lejos de esa imagen heroica que un día construyó. Todo termina. Y también este texto escrito mientras no escribo.