El problema no es que oigas voces que te dominan. Ni que ideas perturbadoras te inviten a cometer atrocidades. Tampoco que seas un alma en pena. Se trata de estados mentales que, en principio, difieren de lo común. Sí, es menos sano, pero para el primero que es más insano es para el que lo sufre. Algo que la sociedad no suele ver ni quiere entender. Ese es el verdadero problema. Porque cuando una mente es capaz de tergiversar el curso normal de una persona, es esta misma la que ve torpedeada su felicidad. Y todavía más cuando se da cuenta que contarlo al resto puede ser un suicidio en vida, ya que la máquina de los etiquetajes y los prejuicios se pondrá a funcionar antes de hora.
Sí, yo sé el camino para que la enfermedad mental encuentre su curación en uno u otro grado. Todo lo que hacemos ahora es atacar el problema cuando esté ya se ha sobredimensionado tanto que es irreparable en muchos casos. ¿De verdad quieren saber el cómo o seguirán mirando a otro lado como hasta ahora por si a ustedes también se les descubre la etiqueta de loco o enfermo? Háganse un favor, por el bien de todos. Normalicemos el problema mental, pero desde que nacemos. Que los niños puedan contar sin miedo todos sus miedos. Que los adolescentes dejen de llorar en soledad por vergüenza. Gritemos al viento que todas las mentes son humanas, y que lo que a ti te pasa es tan normal que para nada me extraña. Dejemos que la gente comparta lo que le sucede en el órgano más importante que tenemos. Créanme, queridos escépticos de la psique, que así empezaríamos a evitar muchas desgracias. Porque si yo desde pequeño sé que lo que me ocurre no es nada y que mi entorno me quiere y me acepta como si nada, sanaré lo que me pasa y sí resurge el problema tendré la capacidad para canalizarlo de nuevo sin sentirme humillado. Normalizando la locura, previniendo un futuro drama.