“Las adicciones son muy peligrosas porque te lo quitan todo. El dinero, la familia, el aburrimiento. Renunciar a las adiciones significa reconciliarte con el hecho que, a menudo, la vida es aburrida y te tienes que aguantar”.
Así terminaba David Verdaguer su programa Tabús de TV3 sobre personas que han superado adicciones (o han aprendido a convivir con ellas). Y me parecieron unas palabras maestras, geniales, de esas que te provocan cierta catarsis si estás en disposición de recibirla (yo siempre intento ponerme ante cualquier situación con esa predisposición, pero quizá no siempre sea bueno intentar extraer un aprendizaje de todo lo que nos pasa por delante. A veces, hay que relajarse. Va por barrios).
En el último año, pandemia mediante, he reflexionado mucho sobre este asunto. No el de las adicciones, sino el de cómo los humanos entendemos el hecho de pasar por la vida sintiéndonos plenos.
Con el confinamiento, tuvimos que encerrarnos y renunciar al ocio, al deporte, a los viajes y a las relaciones personales directas. De golpe, sentimos que, vitalmente, dábamos un paso atrás. Como seres sociales, con cierto apego a los otros, no era fácil el hecho de alejarse por un tiempo indeterminado de lo que nos hace sentirnos entretenidos, alegres o incluso tristes y decepcionados. De lo que entendemos que nos permite estar vivos. Dejar de compartir momentos o de vivirlos uno mismo se avecinaba como algo terrible y entiendo que para muchas personas lo habrá sido, seguramente hasta niveles muy desagradables.
Aprovechando las palabras que Tabús regaló a mi mente, quiero aprovechar estas líneas para mandar un mensaje positivo desde un aparente negativismo. Vamos a ver.
La vida es lo que es, y por mucho que queramos que no sea así, tiene momentos de mierda. De mucha mierda. Momentos de aburrimiento, de hartazgo, de estrés y de rabia incontenida. Es así y tenemos varias maneras de aprender a gestionar todo esto. Pero no podemos pretender que desaparezca. Es imposible. La sonrisa diaria puede ser un escaparate, pero por dentro puede haber una amargura, un conflicto o unas nubes grises. ¿Dónde quiero llegar?
Lo único que vengo a decir es que creo que el primero de los pasos en esta vida es asumir esto. Porque si no, es cuando entramos en el bucle de la huida constante. Entonces, por ejemplo, para no aburrirnos, buscamos constantemente emociones fuertes que nos sacien y acabamos convirtiendo nuestra vida en una búsqueda irremediable de momentos de adrenalina por el simple hecho de sentir que tenemos una vida poco monótona, más que por disfrutar el momento en sí. El carpe diem es un autoengaño porque hemos entendido, quizá malamente, que vivir es estar haciendo algo y que, si no lo haces, pierdes el tiempo y tiras la vida. Pero la vida es mucho más, porque es menos que eso. Y menos es más.
Estoy seguro de que si esta sociedad consumista de momentos y en la que el capital lo rige todo nos transmitiera que no es necesario estar constantemente activo para estar vivo, este año de pandemia hubiera sido más llevadero para muchas personas. Es tan difícil, porque no es fácil, como empezar a trabajar el hecho de que no pasa nada por tener momentos en los que no estamos a tope de energía. Porque eso también forma parte de la vida.
Como siempre, el problema es el sobre pensamiento. Es decir, el pensar, por ejemplo, que te aburres es lo que te lleva a pasar un mal momento, más que el hecho de aburrirte en sí. Este bucle de pensamientos es peligroso y dañino y se puede girar. Se puede intentar no pensar, pero esa es una opción que cada vez veo menos realista. Por eso, abogo más por el hecho de pensar en la aceptación de este momento, en lo bueno que puede haber en él y en el inequívoco pensamiento y más veraz que hay: si lo estás viviendo es que estás vivo. Relativizar como camino. Porque este momento también es parte de ti, del hecho de existir y porque si sabes que ese es un momento de mierda es porque has vivido y vivirás de mejores. O mejor incluso, quizá ese rato que siempre te amargaba pasa un día a ser un instante que acabas disfrutando. Porque como dijo en una entrevista el gran Charlie Reixach: “Yo me sé aburrir. Me siento en la calle y miro quién tiene la cabeza más grande y me río”. Quizá esa sea la clave. Reírse un poco de la vida. En todo momento.
No sé.