En el nombre de la libertad

Sin querer entrar en una discusión filosófica sobre el concepto de libertad (qué más dará saber definirla, si no somos capaces de sentirla), me veo obligado (paradójicamente lo contrario a la libertad) a escribir unas líneas sobre las atrocidades que se están cometiendo en su nombre.

Estos días, en plenas elecciones, podemos disfrutar, palomitas en mano, de cómo unos y otros prostituyen un concepto que todos creen poseer. Como siempre, el ser humano haciendo gala de su entereza intelectual. Demostrando que la bipolaridad no solo es un trastorno mental, sino también una actitud ante la vida. Porque estos días (aunque realmente siempre) estamos viviendo como muchos, en nombre de la libertad, creen que se debería prohibir a los otros. Es apasionante. O quizás alucinante. O, realmente, es una puta mierda.

El problema no está en pensar que unos no deberían poder presentar sus ideas, sino en creerlo a la vez que te vendes como abanderado de la libertad, hasta el punto de que te crees que lo eres. El autoengaño, otra vez en escena. Para variar.

Es muy sintomático de lo mal que estamos que unos señalen que, para ser libres, las ideas de los otros no deberían permitirse. ¿Qué sentido de la libertad es esa? El de los intolerantes e intransigentes. El de los que creen que sus ideas están por encima de otras. El sinsentido de los que necesitan sentirse el bien porque quizás no lo practican tanto como querrían.

A mí todo esto me da mandra. Cansa esta manera de entender el mundo que tienen muchos en la que solo caben unas ideas, las suyas. Liberticidas que dicen ser libertarios. Personas que seguramente quieren el bien, pero solo desde su perspectiva. Pero el bien, estoy seguro, solo se puede conquistar desde todas las perspectivas existentes. El resto es ignorancia, la misma que lleva a prohibir en nombre de la libertad.

Y, a lo mejor, este texto lo escribe alguien que cae en la misma trampa que aquí critica.

No sé.

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