¿Por qué creo que no existen las malas personas?

Desde hace unos años, esta premisa me acompaña en todo debate sobre la existencia humana. Primero de todo, me gustaría aclarar que no busco convencer a nadie de lo que aquí vengo a exponer. Simplemente, quiero aprovechar para explicar de una manera más precisa esta creencia tan mía. Sé que muchos solo leer el título ya se habrán sumergido en prejuicios sobre mi persona, como es normal. Algunos, sin conocerme, pensarán que busco transmitir un buenismo de escaparate. Otros, aún más indignados, estarán seguros de que yo nunca he sufrido la maldad ajena en mis carnes o en la de mis seres queridos. Podéis pensar cuántos os plazca. Solo espero que este texto os ayude a entender mejor cómo pienso. Esta es, en definitiva, la única intención que tengo. El resto es ruido.

¿Por qué considero que no hay personas malas? A esta conclusión creo que sigo llegando a diario en mi conocimiento intenso sobre la mente humana. Mi interés por conocer cómo funcionamos por dentro me ha permitido acercarme a esta hipótesis que en mis fueros internos yo ya he convertido en tesis. Y lo más importante es que refuerzo este convencimiento poniendo ante el espejo todo lo que acontece en este mundo, que no es poco. A diario, o quizás cada hora, podemos leer o escuchar informaciones que nos hablan de atrocidades cometidas por individuos de cualquier cultura o zona del planeta. Estos hechos nos llevan a una rápida sentencia, la que asegura que esa persona es mala. Por tanto, las malas personas existen. ¿A caso no debe ser considerado malo un ser que comete delitos sexuales o de sangre con ensañamiento hacia personas débiles? Lo entiendo. Incluso lo defiendo. Y esta comprensión que yo tengo hacia el que divide a los humanos entre bondadosos y malvados es la que yo busco para mí. Solo con este respeto, podremos empezar a crecer y no a empobrecernos intelectualmente. Dicho esto, prosigo.

Es normal que a aquellas personas que llenan su vida de malas acciones se les categorice como malas. Pero mis estudios sobre el ser humano me llegan a pensar que lo que mueve a esas personas a actuar mal no es la maldad, sino otras razones. Hay en estas mis palabras un punto socrático, aquel que reza que es la ignorancia lo que nos conduce hacia la maldad, no la maldad en sí. Es lo que, en parte, yo creo. Podría matizar el concepto ignorancia para que esto se entendiera mejor. Podría y voy a hacerlo. Como ignorancia entiendo, principalmente, desconocimiento emocional, no cultural. ¿Qué significa esto? Pues la dificultad general de no ser capaces de descifrar el dolor que causa vivir en ciertos momentos, lo que nos lleva a no aceptarlo y a canalizarlo de la manera menos adecuada, tanto para uno como para los otros. Eso es la ignorancia que nos mueve a cometer actos atroces. Pero, entonces, ¿la suma de muchos actos malos no nos convierte en malas personas? No lo creo. La maldad no la tenemos intrínseca. No nacemos malos ni desarrollamos ningún sentimiento que se pueda catalogar como malo. Disponemos de rabia, tristeza, impotencia, eso sí, pero esas emociones no son malas. Son parte nuestra y con ellas convivimos. Pero como convivimos mal, pues nos pueden acercar a hacer, precisamente, el mal a través de nuestra agresividad, otro rasgo que debe ser aceptado y entendido, pero que la sociedad trata de anularnos desde pequeños.

Es posible que me haya perdido en reflexiones poco clarividentes, no lo sé. Lo único cierto es que tengo claro que de nada sirve separar a los humanos en buenos y malos. Si queremos ayudar a alguien que consideramos mala persona, empecemos por quitarle esa etiqueta, porque seguramente esa etiqueta es la que le ha llevado, en parte, a creerse que su existencia gira alrededor de las malas acciones. Es un tema de practicidad. Y creo que nos perdemos en exceso en debates inútiles sobre si uno es malo o enfermo y a partir de aquí pensamos qué pena merece. Es lo de siempre. El jugar a ser jueces desde nuestra poltrona de casa, una vez el daño ya está hecho. Lo que la humanidad necesita es dar un giro al efecto Pigmalión existente, causante de que muchas personas se crean el discurso de su maldad en esencia y eso les empuje a acometerla. Pero, ¿y si giramos ese efecto? ¿Y si nos tratamos desde la bondad de todos aquellos actos que todos llevamos a diario, pero no destacamos?

Este texto no intenta blanquear a delincuentes ni asesinos. Pero uno, que hace voluntariado por y para ellos, sabe que estas personas no tienen el poder satánico de la maldad interna. Simplemente, son personas rotas que no supieron o quizá no quisieron conocer otras maneras de vivir y convivir. Seres humanos que pueden llegar a ser tan buenos como tú o como yo, pero que están tan convencidos que son malos que no saben actuar de otra manera. La clave está en que todos pongamos nuestro granito de arena cambiando la mirada hacia el otro. Algo tan simple como, por ejemplo, decirle a un niño «lo has hecho mal» en vez de «eres malo».

A muchos os parecerá una gilipollez. Quizá estéis en lo cierto. Pero mirad la mierda de mundo que tenemos y cómo mejoraría la vida de todos si nos sintiéramos más cómodos y seguros. Aunque solo sea por practicidad y no por hacer la gran obra. Aunque solo sea por terminar con la maldad. Por cierto, ¿existirá la bondad?

No sé.

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