Insatisfechos

Es la sensación general. La insatisfacción gobierna nuestras vidas y así nos lo hacemos saber cuando nos sentimos cercanos a alguien. Cuando ese alguien crea un espacio de satisfacción en el que volcar nuestra insatisfacción. Sin duda, un primer paso importante, pero que, por desgracia, muchas veces se queda en eso, en un primer paso, perdiendo así el adjetivo de importante.

Que estemos insatisfechos es lo normal. En esta rueda social marcada por el reloj, el estrés y los objetivos constantes, nadie puede sentirse a gusto en su conjunto vital. Es de sentido común que cierta amargura se apodere de nosotros, buscando así encontrar momentos, pocos, en los que podamos convertir esa amargura en placeres intensos que se desvanecen efímeramente. Pero eso no nos salva de esa sensación. No nos libra de la insatisfacción.

Mucho tiene que decir en todo esto la herencia social adquirida a base de expectativas. Las mismas que nos incitan a alcanzar un éxito que jamás llega, y si llega, queremos otro. Por insatisfacción, precisamente. Más, más y más. Esa obsesión por ser algo y alguien y poder mostrarse. Esa es la verdadera desgracia del ser.

No nos autoengañemos más. Nuestros egos andan insatisfechos. Imaginaron otra cosa. Otra vida, construida a base de unas vivencias y logros que no han llegado. Y, cuando lo hacen, no es como creíamos. Porque creíamos mal.

¿Alguna solución? Ninguna. Solo un nuevo paso: valorar todo lo que somos y hacemos. Incluso el hecho de que hayas sido capaz de leer este texto.

No sé.

El triángulo de la discordia

Nos paramos poco a pensar. Algunos dicen que es porque nos duele el hecho de conocer y conocernos, por tanto, es mejor vivir anestesiados, que paradójicamente es vivir a tope, en plena acción. Otros nos cuentan que no sabemos pensar, porque pensamos en banalidades que no nos permiten ahondar en la verdadera existencia. Y también están los que consideran que pensar es el gran error, porque lo que toca es sentir. Puestos a pensar, pensemos. Me permito reducir las teorías del pensamiento (que siempre termina en miento, curioso) en tres y de ahí extraer tres perfiles de personas. Los que viven en la pura acción, los que lo hacen en la profunda emoción y los que se encuentran en la crítica razón.

A los que actúan se les presupone una vida externa apasionante, llena de adrenalina y capaces de vivir sensaciones únicas que les dan un retorno interno, pero que jamás les haga pensar en exceso. Por otro lado, los que divagan por las emociones están determinados por el sentir, por el sentimiento auténtico, por una interioridad que cada vez les aleja más de lo externo, lo cual consideran que está en un plano totalmente secundario y que solo se puede comprender desde sus adentros. No necesitan actuar ni pensar mucho. Al contrario, lo evitan a través de la contemplación y la quietud. Y después tenemos a los rallados, capaces de pasar horas y horas reflexionando y charlando sobre la vida, sobre ellos y sobre todos, a medio camino entre el sentir y el actuar, y siempre gobernados por una mente que no para de pensar, porque les produce una especie de satisfacción.

Los primeros, los que actúan, no comprenden a los que piensan mucho. Creen que se complican la vida dándole vueltas al coco y que se pierden el carpe diem. Porque vivir es no parar de hacer cosas, probarlo todo y morir de algo. Sobre los gobernados por las emociones se sienten más cercanos, aunque ellos son más de sensaciones fuertes, producidas por un hecho externo, y no acaban de empatizar con esa gestión sentimental propia y autogenerada.

Los emocionales creen que el que se pierde en hechos y acciones es porque no se quiere ni valora lo suficiente, por eso se evade en cosas superfluas. También son críticos con los amantes de la razón, esa archienemiga capaz de destruir vidas interiores a base de dolorosos pensamientos que nos engañan y no permiten sentir, porque para ellos vivir es sentirse y perderse en las entrañas de la ira, la alegría o la calma.

Y, por último, están los del pensamiento crítico que se han visto superados por los de las emociones, y al revés que ellos, están convencidos que estas evitan un conocimiento veraz sobre uno mismo. El problema, para los pensantes, es que los humanos no saben pensar bien ni se les ha enseñado a hacerlo, de ahí las distracciones en actos externos o la vinculación a lo emocional, en busca de un refugio menos doloroso. Por eso, están seguros de que la razón es el camino para sentirse mejor y actuar bien.

En un símil que puede gustar o no, podríamos situar los factuales en la zona genital, los emocionales en el corazón y los pensantes, lógicamente, en el cerebro. Tres órganos imprescindibles para la vida. El primero la origina, el segundo la alimenta y el tercero le da sentido (o no). Por tanto, una trinidad que no se puede entender por separado. Y eso es lo que intentamos hacer las personas. Separarlo.

A lo largo de nuestra existencia vamos escogiendo un camino u otro según lo que nos toca vivir (y sufrir). Escogemos un plan para sobrellevar distintas situaciones vitales para sentirnos bien. Y eso está muy bien. Pero siempre es un plan B. Porque despreciar las otras dos partes, en esta polarización maniqueísta en la que estamos instaurados, nos lleva a una inestabilidad que a la larga genera más dolor si cabe.

El plan A, entonces, debiera ser el de situarse en el centro de ese triángulo que nos conforma. En esas circunstancias que nos rodean y que merecen toda nuestra atención porque, principalmente, son nuestras. En el fondo, es una cuestión de foco. Y la sensación general es que nos hemos creído que el foco es focalizar en una de ellas. Según el momento, según me entiendo. Pero es imposible entenderse sin equilibrar las tres. Imposible. Por tanto, el foco debe iluminar a todas, pero a ninguna en exceso.

Como siempre, todo texto termina en un aristotelismo puro. En la búsqueda del justo medio. Nada nuevo. Teoría, incluso palabrería. Pero que uno cree necesaria cuando da un paso al lado, coge cierta perspectiva y se sorprende viendo a los humanos discutirse (sobre todo con ellos mismos) por el mejor camino de vida. Acción, emoción o razón. Cuando las tres son parte de todos y todos las podemos aprovechar. Por nuestro bienestar. Sin menospreciar a ninguna. Porque es en ese menosprecio donde nos empezamos a querer un poco menos. Y es entonces cuando nos agarramos a una parte nuestra, y no por valorarla, sino por huir del resto.

No sé.